Se conoce con el
nombre de plaguicida a toda sustancia, que aplicada por el ser humano, mate
formas de vida perjudiciales para sus cultivos o para el mismo.
Debido a que el
ser humano utiliza grandes extensiones de terreno para cultivar una o pocas
especies vegetales, propicia la aparición de plagas.
En principio,
ningún ser vivo es plaga. Los seres humanos conocen como plaga la proliferación
de enormes cantidades de animales o vegetales en sus campos de cultivo, que se
alimentan de las plantas que están cultivando.
Si el ser humano
prestara más atención a lo que ocurre en los ecosistemas naturales, aprendería
cosas dignas de imitarse. Como por ejemplo, que en las comunidades naturales no
hay plagas.
En ellas habitan
esos mismos seres que el combate, pero allí se encuentran en armonía con el
resto de los organismos y ninguna población necesita eliminar a otra u otras
poblaciones para vivir.
Como en la
naturaleza no hay alimento en abundancia para nadie, y como cada especie tiene
sus preferencias, no hay manera de que ninguna prospere formando multitudes.
Además, como
unos seres vivos se alimentan de otros y a su vez son comidos, se produce un
control natural del tamaño de la población de cada especie. Así, cada especie
viva ocupa y mantiene su lugar en el ecosistema, sin poner en peligro la
supervivencia de las demás.
Por el
contrario, cuando el ser humano destruye grandes extensiones de bosque natural
o praderas con el fin de cultivar y obtener comida, deja limpia la tierra,
elimina a la comunidad natural y con ella sus eficaces controles.
Cuando el ser
humano siembra grandes extensiones con trigo o maíz, tiene que enfrentarse con
los roedores en general y con los ratones en particular. Cuando los granos
maduran, los roedores y pájaros tienen a su disposición enormes supermercados
para sus familias, las cuales crecen en la misma proporción que lo hace el
alimento del que disponen.
Una vez
eliminados los arboles y ahuyentadas las aves de rapiña como lechuzas,
gavilanes y halcones, los ratones no tienen depredadores a la vista. Nada ni
nadie se oponen a que proliferen hasta convertirse en una plaga que, de no
controlarse por otros medios, se comería todo el grano de los cultivos.
Para evitar la
invasión de las plagas y el daño a los cultivos, el ser humano fabrica
sustancias que puedan matar a las plagas animales (insectos o roedores) o
malezas y hongos. El problema grave es que estos plaguicidas, además de matar a
sus enemigos, también resultan afectando a los mismos humanos, sea por
exposición directa, porque son absorbidos por las plantas que comemos, o
arrastrados por las aguas que después se han de beber.
Tomado y adaptado de
La naturaleza y el hombre.
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